Se pretende reabrir el debate de la baja de la edad de la imputabilidad. La idea es acusar, encerrar y castigar, para que “reflexionen” porque “ellos son los que tienen que cambiar”. ¿Ellos son los que tienen que cambiar? Nos olvidamos además que esos niños y adolescentes ya son acusados por quienes no dejan de mirarlos con desconfianza, no estiman un segundo en echarle la culpa de todos los males; son encerrados o delimitados a ciertos barrios, espacios y escuelas; son castigados por el sistema hostil, por personas que los maltratan, los miran con prejuicio, con odio y muchas veces son muertos por la violencia, las drogas y el hambre.
Pero también son esos ojos que chispean, miradas profundas, brazos que no se cansan de abrazar, manos con tanta vida. Pasos fuertes, constantes, y detenidos.
Son ellos que encuentran el dolor. Sienten temor de gritos, de silencios, de ausencias y horribles presencias.
Son ellos que se arriesgan a salir, sobrevivir, a cuidar de otros, pedir ayuda, compartir lo que poquito tienen, preguntar lo que nadie se anima.
Son ellos, que tienen deseo esfumado en el adiós, opacado por el dolor, que otros le pusieron nombres, que el olvido dejó un nunca pudo ser y se olvidó de quien es.
Niños y adolescentes que las personas miran como culpables, sin preguntarles ¿Dónde está tu pesar? ¿Cómo poderte ayudar?
Encerrar niños, adolescentes y con ellos sus sueños, dolores, miedos e historias, solo nos aleja de nuestra humanidad, de nuestra tarea de cuidado de unos con otros. Una cantautora latinoamericana nos dice:
“Es honra de los hombres proteger lo que crece,
cuidar que no haya infancia dispersa por las calles,
evitar que naufrague su corazón de barco,
su increíble aventura de pan y chocolate.
…Pobre del que ha olvidado que hay un niño en la calle,
que hay millones de niños que viven en la calle…
yo los veo apretando su corazón pequeño.
Mirándonos a todos con fabula en los ojos,
un relámpago trunco les cruza la mirada,
porque nadie protege a esa vida que crece,
y el amor se ha perdido...”
Se decide encerrarlos como culpables y castigarlos por sus dolores. ¿Qué responsabilidad estamos dejando de lado como adultos? ¿Cuántas heridas dejamos abiertas? ¿Cuánta tristeza les hemos causado? ¿Cuántas veces les damos la espalda?
Niño, niña, adolescente con nombre y con historia, con luz y con memoria, que Jesús puso en el centro, como ejemplo y bajo nuestra responsabilidad de cuidado, amor, enseñanza y compañía. ¿Cómo te puedo ayudar? ¿Cómo podemos ser fuente de alivio y esperanza en tanta desesperación que tienen que vivir? ¿Cómo traer una libertad verdadera desde ahora y evitar que sigan siendo encerrados? Que el Dios de amor que es base de nuestra fe nos devuelva una mirada de compasión y esperanza.
Por: Aylen Tymoszczuk. Psicóloga